Siegfried Rhein
May 1 2020La epilepsia
Es probable que a lo largo de nuestras vidas hayamos conocido a alguien que al menos en una ocasión haya presentado una convulsión. En caso de haberla presenciado, muy seguramente es una vivencia difícil de olvidar por su naturaleza tan perturbadora. Sin embargo, si fuimos nosotros quien la padecimos, es prácticamente seguro que no lo recordemos. Pero, ¿qué son exactamente las convulsiones y cómo se relacionan con la epilepsia?
En primer lugar, las convulsiones son condiciones en las que las neuronas, es decir, las células que forman a nuestro cerebro, descargan muchas señales de manera desordenada. Si bien es cierto que las neuronas funcionan mandándose señales mutuamente, normalmente lo hacen de forma organizada y sin estimular de más a otras neuronas. En una convulsión ocurre lo opuesto. Además, estos impulsos anormales pueden “alborotar” a otras neuronas que estén funcionando de manera normal, lo que hace que la convulsión se generalice a otras neuronas del cerebro y se agrave todo el cuadro.
Pero, ¿qué hace que las neuronas funcionen de esta manera tan perjudicial? Las convulsiones pueden generarse tanto por situaciones relativamente simples, como un golpe fuerte en la cabeza o fiebre alta, como por fenómenos más complejos, como un infarto cerebral, un tumor o enfermedades degenerativas como el Alzheimer. En todos estos casos podemos ver que las neuronas están expuestas a ciertos factores estresores y es por eso que comienzan a funcionar de manera inadecuada.
Otro aspecto importante de una convulsión es su presentación. Aunque lo normal es que estas crisis se identifiquen por la pérdida de conciencia y por movimientos bruscos e involuntarios en la persona que la padece, existen otras formas en las que no se observan estos componentes típicos. Por ejemplo, las crisis de ausencia, en las que una persona pierde toda conexión con el entorno por un periodo breve de tiempo manteniendo la postura y el recuerdo de lo ocurrido, son también convulsiones y deben ser atendidas por un médico.
Presenciar una convulsión clásica es algo bastante impresionante, sin embargo, es vital prestar atención a todos los detalles alrededor del hecho para poder ayudar a la persona que la está sufriendo. En primer lugar, hay que recopilar toda la información alrededor del evento. Datos básicos como la hora y el lugar del hecho, así como su duración y todos los detalles acerca de la crisis (si hubo movimientos bruscos y cómo fueron, si se presentó pérdida en el control de esfínteres, qué ocurrió con la persona una vez que terminó la crisis), son de gran utilidad médica. También es importante tener presente qué estaba haciendo la persona que sufrió la crisis, así como las emociones que estaba presentando antes del evento y si refería síntomas de algún tipo. Estos datos pueden orientar a los médicos hacia ciertos tipos de epilepsia y así ofrecerle un tratamiento específico al paciente.
A pesar de que presentar crisis convulsivas es necesario para hablar de epilepsia, no podemos decir que una persona es epiléptica solo porque haya convulsionado en alguna ocasión. Para hablar de epilepsia es necesario que la personas presente convulsiones de manera recurrente y sin un detonante claro. Entonces, si observamos que una persona convulsiona, no forzosamente implica que deberá llevar tratamiento anticonvulsivo, ya que existe la probabilidad de que haya sido un evento aislado. Sin embargo, ante una crisis de este tipo es de vital importancia que la persona que la sufre reciba atención médica. A todos estos pacientes se les debe realizar un estudio de imagen para verificar que su cerebro no presenta alteraciones. De igual manera, se realiza un electroencefalograma, que es un estudio que mide la función neuronal mediante la conexión de electrodos en la cabeza. Dependiendo del resultado de estos estudios y de la revisión por parte de un médico especialista, se decidirá si es necesario implementar una terapia anticonvulsiva.
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